Kusturica no se deja abatir por esa guerra incomprensible y se parapeta tras su cámara armada de música y de vida, infestada de animales y sonrísas zíngaras.
Este festival tiene amplia repercusión en las calles de la ciudad y pueden verse a los zíngaros con sus violines, mimos, grupos folclóricos o malabaristas que animan la fiesta.